Hay historias que ocurren, suceden y pasan y acto seguido se cuentan y comentan. Hay historias que son cuentos y cuentos que acaban convirtiéndose en fantásticas historias. Hay historias que, de forma poco consciente, buscas en primera persona. Perfilas un boceto en tu cabeza y sales al encuentro de algo que desconoces y a duras penas imaginas. La historia toma cuerpo, a fuego lento empieza a escribirse otro día de tu vida, carboncillo sobre un lienzo blanco y rugoso, pinceladas sobre oleo de neopreno. Aproximación con lluvia y granizo, escarpines llenos de barro y llegamos al primer salto, el salto, evitable,..pero el salto. Sin necesidad de entrar en la Caja,..toc toc, ¿ Quien es ?, descubres tus miedos. Se nos llena la boca de yo soy, yo haría,..pero en lo más recóndito de tu mente hay alguien que ya en su día dejo escrito en el pergamino de los deseos prohibidos una historia ( hoy todo va de historias..), desafortunada en un trampolin olímpico. Y mira por donde que treinta y tantos años después aparece con toda la crudeza no el recuerdo sino la sensación. Miedo de un niño de siete u ocho años, miedo a ese vacío que no ve, a esos pasos que se mueven, a esas miradas que acusan, a ese frío que hiela las venas. Imagen en blanco y negro que veo reflejada en el agua limpia del torrente mientras sigue lloviendo y los demás si que saltan. A partir de ese momento y reconociendo haber idealizado el boceto diseñado, no hay tiempo para el lamento, el descenso continua piedra seca, piedra mojada, piedra escondida dentro del agua que no ves y pisas o no esta y a metro y medio dentro del hoyo la buscas. Descenso pensando en silencio, destrepe con cuidado, pie aquí, mano allá, precavido, sin miedo. Vértigo a la contemplación de un nuevo salto esperando, al doblar la invisibilidad del desfiladero, sereno y paciente, guiñando un ojo al destino y sonriendo a tu suerte. Estreno con cuerdas sobre un tronco vertical, por la corriente de agua arrastrado, su presencia rompe el encuadre deseado, resbala la suela entre la pared y la olla,..nudos que no entiendes, mano que se abre y bailando en el aire, girando de costado, caes al agua porque no te has tirado. Paso complicado, pies y manos actuando, encontrando rendijas y salientes donde siempre han estado, toboganes esculpidos a base de agua y años. Continua contradicción, disfrutando arriba y abajo,..esperando evitar nuevos saltos y ese recuerdo de antaño de un niño de pocos años que creía olvidado. Llega un salto pequeñito, metro y medio más o menos y no sin conflictos internos, acabas pegando un brinco y saltas hacia adelante pensando cero en la caída pues un segundo en el aire no da tiempo en demasía. Existe foto del momento y es algo que no me invento, enfoque automático creo con chapuzón intenso. Entras en el agua a la misma velocidad que sales, confundido y aturdido, casco que balancea y esa gota, solo una, que resbala por tu espalda y recorre ensimismada el canal de la aventura hasta que llega más abajo y trae un frío del carajo. Inciso rápido y elocuente, de la situación antes vivida, es que horas más tarde y ante una ducha calentita, se fue por el desagüe una hoja, de árbol de torrente, que escondida se mantenía vete tu a saber donde. Siguió la travesía y descolgándome por una roca, me mantuve con los brazos, haciendo una fuerza que desconocía que tenía, pues acto seguido note y oí un chasquido, no se si de las costillas o del músculo que allí había y ostia que dolor, estreno de campeón y todavía faltaba hora y media de subida. Llegando al final del barranco, el agua no se detenía pero ya se había acabado, a la derecha una pequeña puerta que abría la subida a todo lo bajado y creeme, es divertido subir con el neopreno mojado y las zapatillas soltando agua a cada paso dado. Minutos antes de este final, el último salto, al que no quería llegar y estaba allí esperando. Más alto que el anterior, el que había saltado y de nuevo las dudas, el miedo y el pánico me tenían atenazado. Será cuestión de mente, tiempo y redobles de.. campana, pensaba ahí en lo alto mientras el resto me jaleaba, al mismo tiempo que buscaba, ojo! todo el trayecto sin gafas, rendijas milagrosas para mitigar la altura y reducir la trompada. Estas manos y estos pies, serpenteando por la roca, me dejaron sin traspiés a centímetros del agua y solo tuve que dejarme caer y deslizarme suavemente, bañandome por última vez en el torrente del mismo nombre que el valle en el que se esconde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario